
Esa mañana de Martes, a simple vista, normal; estaba por la calle J.D. Perón, en la esquina del sindicato donde laburo y me fui hasta una pizzería que está casi llegando a Uriburu y tenían una tele prendida y yo, con mis ochentosos walkmans, escuchando la radio y no podía creer lo que veía en la pantalla. Soy un buen amante de las películas de acción y siempre me asombré de lo bien hechos que eran los efectos especiales, pero esta vez, no era ficción. Son pocas las cosas que me pueden sorprender e impactar y esta vez, algo cambió en mí; una enorme sensación de angustia, de impotencia y puteando a lo basura que puede llegar a ser alguna clase de gente. Un día aparentemente común, donde la gente empezaba su rutina de trabajo o lo que fuese y no terminó de forma rutinaria. Sé que hay un Dios y estoy confiado de que no está del lado de los suicidas, de los que en nombre en un dios falso, dan su vida con promesas más falsas aún. Dios no quiere que nadie se sacrifique por nada; ya la vida diaria es bastante prueba y la recompensa es enorme para los creyentes, pero no tenemos que morir para lograr ese premio. 7 años han pasado y siempre quedará el recuerdo en mí y mucho más ya que tengo un cuadro en el living de mi casa con las Twin Towers. Nunca olvidaremos y Dios bendiga a los inocentes que hoy, están en algún lugar del paraíso.
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